Contemplemos a Jesús enseñando a los discípulos y a las multitudes. Por medio de los mandamientos de Moisés, los que los fariseos respetaban al pie de la letra, quería darles a entender el pensamiento de Dios, su sabiduría, su amor. Así lo hizo, por ejemplo, cuando sus discípulos arrancaban espigas un sábado, o cuando lo interrogaron maliciosamente con respecto al divorcio (Mateo 12:1-8; 19:3-12). Al leer estos capítulos, esforcémonos en descubrir la misma sabiduría divina, el mismo amor. Al lado de una justicia absoluta, brilla una bondad perfecta. Los derechos de los propietarios se mantienen, sin que los deberes fraternales de la caridad pierdan nada por ello. Solo Dios puede establecer semejante equilibrio, y es muy importante constatarlo en este mundo que siempre está pronto a caer por un lado u otro. Al hijo de Dios no le compete escoger los diferentes sistemas políticos, económicos o sociales. Para él estas cuestiones han sido resueltas de antemano. No tiene otra doctrina que la sumisión al pensamiento de su Padre, y este pensamiento no lo puede descubrir en los periódicos ni en los libros de los hombres, sino en “la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"