¡Te acordarás… acuérdate!
Es como el hilo conductor de este libro. Porque el corazón de Israel, como el nuestro, está pronto a olvidar a Dios,sus liberaciones, sus promesas, sus mandamientos (comp. con Marcos 8:18 y sig.). Jehová había traído a su pueblo “como trae el hombre a su hijo” (cap. 1:31). Aquí lo castiga “como castiga el hombre a su hijo” (v. 5). El ser traído y corregido son dos privilegios del hijo de Dios (Hebreos 12:5 y sig.). Lo segundo es más difícil de aceptar que lo primero. Pero, ¿cuál es el propósito de Dios al permitir las experiencias del desierto? Esto se repite tres veces: “para afligirte” (v. 2, 3, 16). El hombre que padece necesidades se halla más dispuesto a volverse hacia su Creador, y es justamente allí donde Dios lo espera, porque la prueba nunca es una meta en sí, sino un medio “para a la postre hacerte bien” (v. 16). ¡Qué contraste hay entre el desierto que Israel acaba de atravesar, tierra “de sed, donde no había agua” (v. 15), y la “buena tierra” llena de arroyos, de fuentes y de aguas profundas, en la cual va a entrar! ¡Qué contraste también entre los alimentos de Egipto (Números 11:5) y los ricos y sustanciales frutos del país de Canaán que dispensan fuerzas, gozo, salud, dulzura, y que evocan los frutos del Espíritu detallados en Gálatas 5:22!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"