Usted y yo estamos dispuestos a amar a las personas que nos aman, a las que nos parecen simpáticas, amables (Lucas 6:32). El amor de Dios es totalmente distinto. Se manifestó hacia Israel cuando aún estaba en Egipto, débil y miserable nación que no lo buscaba, “el más insignificante de todos los pueblos” (v. 7-8). Se ejerció para con nosotros cuando éramos débiles, impíos, pecadores, enemigos (Romanos 5:6, 8, 10). El hombre ama cuando halla en otra persona motivos para semejante sentimiento; es un amor condicionado. Mas todos los motivos que Dios tenía para amarnos se encontraban en su propio corazón, de modo que este amor se extiende a todas sus criaturas sin distinción alguna. El amor que Dios espera del hombre no es sino la justa respuesta al suyo:
Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.
(1 Juan 4:19)
Y tiene una consecuencia para nosotros: la obediencia (v. 9). A esta obediencia el corazón de Dios vuelve a responder, pero por un sentimiento particular, el del versículo 13, que en el Nuevo Testamento corresponde a la promesa del Señor Jesús:
El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará.
(Juan 14:23; 1 Juan 5:3)
Que Dios nos conceda experimentarlo ricamente.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"