Llegados a la frontera del país, Moisés y los hijos de Israel son invitados a mirar hacia atrás. ¡Cuánto camino han recorrido desde la gran noche de la pascua! Al lado de unas felices y hasta gloriosas etapas –Pi-hahirot y el paso del Mar Rojo, Elim con sus fuentes y sus palmeras–, cuántos nombres sonaban dolorosamente: Sin y sus murmuraciones, Refidim y sus altercados, el Sinaí con el becerro de oro, Kibrot-hataava con las codicias y el triste asunto de las codornices… Estas etapas jalonan miserablemente el trayecto del desierto como lecciones necesarias para enseñar a Israel –y a cada uno de nosotros– a conocer poco a poco su malvado corazón. Sin duda, el pueblo hubiese deseado borrar algunos de estos nombres de su itinerario. Moisés hubiese tenido razones personales para silenciar lo de Cades, con las aguas de Meriba. ¡Pero eso no era posible! No podemos hacer desaparecer nuestra historia, incluyendo las faltas pasadas, como tampoco podemos volver atrás para retomar una sola hora de nuestra existencia. Lo que sí podemos hacer es recordar las lecciones aprendidas en el camino, la paciencia y la misericordia de Aquel que nos ha perdonado todo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"