Llegados a la frontera de Canaán, los hijos de Rubén y de Gad se presentan ante Moisés y los príncipes con una triste petición:
No nos hagas pasar el Jordán. (v. 5)
Moisés, indignado, inmediatamente piensa en Cades-barnea, cuarenta años antes. ¿Será una vez más la incredulidad, el miedo que les infundan los gigantes y las ciudades fortificadas lo que haga retroceder a estas dos tribus? ¡No!, hay otra razón inesperada: ¡sus rebaños! La victoria sobre los madianitas les otorgó un botín considerable (cap. 31). Rubén y Gad tienen “una muy inmensa muchedumbre de ganado”. Por eso sus ojos se dirigen hacia los ricos pastos de la tierra de Galaad y quieren establecerse allí.
A estas dos tribus se añade también “la media tribu de Manasés hijo de José” (v. 33). Para ellos, una instalación inmediata en unas condiciones ventajosas y cómodas tiene más atractivo que la tierra prometida por Jehová. Así son muchos cristianos, ¿nos damos cuenta de ello? Sin duda alguna son salvos; forman parte del pueblo de Dios. Pero las cosas de la vida diaria les interesan más que la eternidad. Tienen un cristianismo terrenal, un corazón dividido. Para ellos el cielo no tiene valor presente. ¿No es esto mostrar poco amor hacia Aquel que se halla allí?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"