¡Nada de agua! Vuelven las murmuraciones. El pueblo se junta nuevamente y contiende como lo hizo en Meriba (Éxodo 17). ¿Realmente no ha hecho ningún progreso desde el comienzo de su experiencia en el desierto, a pesar de las manifestaciones del amor de Dios?
¿Por qué… y por qué…?
(v. 4-5)
¿No hay agua? Sin embargo, la roca sigue estando allí. Jehová se ve obligado a recordárselo incluso al mismo Moisés. Pero no son los “¿por qué?” los que pueden hacer fluir el agua. A esta roca hay que hablarle. Ello es una hermosa figura de la oración, ¿no le parece? Dios podría darnos todo lo que nos es necesario sin esperar a que carezcamos de ello. Pero desea que se lo pidamos para recordarnos que dependemos de él.
Aquí Moisés tiene una actitud equivocada. En vez de hablar a la roca, como se lo había mandado Jehová, la golpea lleno de impaciencia. Es un gesto aparentemente de poca importancia, ¡pero muy grave por lo que significa! Ya se había asestado un golpe a la roca en Horeb (Éxodo 17:6), y eso no debía repetirse más. Así mismo Cristo en la cruz recibió una vez para siempre los golpes del juicio divino. En adelante ya no tiene que sufrir ni morir. Su obra basta para dar en abundancia agua viva a los suyos a lo largo del desierto. Pero tenemos que hablarle. ¿Lo hacemos?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"