La virtud del agua que contenía las cenizas de la vaca respondía a las múltiples ocasiones de contaminarse al caminar en el desierto. Tocar un muerto o un simple hueso humano corresponde, para nosotros, al contacto con la corrupción y la violencia de este mundo. La carne puede exteriorizarse en la familia (la tienda: v. 14) y entonces, ¡cuidado con los hijos, estas “vasijas abiertas”, fácilmente escandalizados! (v. 15; Lucas 17:2). Ella puede aparecer fuera, en nuestro trabajo (los campos: v. 16). Un pequeño fraude, una maledicencia, una palabra insensata o un chiste indecoroso (Efesios 5:4) pueden formar una lista de esos “huesos humanos”, manifestaciones carnales sobre las cuales a menudo pasamos sin prestarles la menor atención. ¡Pues bien!, el creyente se mancha por medio de semejantes faltas. Estas no parecen ser muy graves a ojos de los que no conocen a Jesús. Pero nosotros que lo amamos las tomamos en serio porque sabemos que, para expiar tan solo la más mínima de ellas, fueron necesarios sus sufrimientos y su muerte. En cada ocasión debemos renovar aquello que corresponde a ese largo trabajo de purificación: juzgarnos a nosotros mismos a la luz de la Palabra de Dios y experimentar la eficacia de la obra de Cristo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"