El versículo 89 nos revela el secreto de Moisés, varón de Dios (Salmo 90). Es la oración. Considerémoslo bajo el peso de las responsabilidades que lo agobiaban, acosado por las murmuraciones del pueblo, retirándose a la sombra y al silencio del tabernáculo para hablar con su Dios. Escuchaba “la voz” y luego “le hablaba”. Pensemos en Jesús quien, mucho antes del alba o llegada la noche, después de las fatigas del día, solía retirarse solo a un lugar apartado para orar (Marcos 1: 35; 6:46).
¿Por qué vuelve a hacer mención del candelero al principio del capítulo 8, entre la ofrenda de los bienes en el capítulo 7 y la consagración de los levitas en los versículos siguientes? ¿No es para mostrar que la luz divina sondea y aprecia tanto al don como al dador, e igualmente al servicio como a quien lo cumple? Dios sabe lo que vale nuestra entrega, de la que habla la escena de consagración. Los levitas eran presentados por Aarón como ofrenda mecida, como para dejar que esta luz divina alumbrara continuamente en ellos, sin dejar nada en la oscuridad. Si hubiese quedado la menor mancha en sus vestiduras, se habría notado inmediatamente. Cuán importante es mantenernos siempre en la presencia de Dios para servirle (1 Reyes 17:1).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"