Este largo capítulo está consagrado a las ofrendas de los doce príncipes. Las primeras, seis carros y doce bueyes destinados a los levitas, nos hablan de la ayuda práctica que podemos brindar a los siervos del Señor a fin de facilitar su ministerio: hospitalidad, desplazamientos, etc. Por ejemplo, este servicio se puede realizar encaminando a los siervos de Dios (Romanos 15:24; 1 Corintios 16:6, 11; 3 Juan 5-8).
Esas ofrendas entregadas a los levitas, “a cada uno conforme a su ministerio” (v. 5), recuerdan que el Señor siempre provee a los suyos los medios para cumplir la tarea que les ha encomendado. Luego venían las ofrendas para la dedicación del altar. Servir a los hermanos y ayudarlos materialmente no es todo. Estos platos, jarros y cucharas rebosantes nos hablan de las perfecciones y del perfume excelente de Cristo, y corresponden al culto de los verdaderos adoradores. Los diversos sacrificios también formaban parte de las ofrendas y evocan los variados aspectos de la obra de la cruz. Pero, ¿por qué consagra Dios tanto espacio a esas ofrendas cuando todo podría quedar resumido en un párrafo? Comprendámoslo: da su pleno valor a lo que cada uno trae y no omite nada de lo que se hace para él.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"