Las Escrituras mencionan algunos nazareos: Sansón, Samuel, Amasías (2 Crónicas 17:16), Juan el Bautista. Pero el nazareo por excelencia fue Jesús. Separado para Dios desde antes de su nacimiento, ocupado en las cosas de su Padre a los doce años, su consagración a Dios fue total hasta su muerte en la cruz. Venido al mundo, no era “del mundo”, y se mantuvo alejado de sus fiestas y sus goces (Juan 7:8; 17:14). Nunca permitió que las circunstancias familiares entorpecieran su ministerio (Lucas 8:20-21). Su dependencia fue continua (Juan 5:19). Ninguna suciedad pudo alcanzarlo (1 Pedro 2:22). ¡Qué modelo es para nosotros ese querido Salvador! Su camino fue de una entrega total. Camino difícil pero en cuyo final lo aguardaba ese gozo del cual es imagen el vino, gozo que quiere compartir con aquellos que aquí en la tierra hayan participado de su oprobio (v. 20 final; Hebreos 12:2; Mateo 26:29; 25:21).
Al finalizar el período de su voto, el nazareo ofrecía todos los sacrificios. El haber tomado posición aquí abajo junto al perfecto Nazareo, permite entrar de modo práctico en los diversos aspectos de su obra en la cruz.
Los versículos 22 a 27 ponen el broche final a este capítulo como para mostrarnos que la consagración al Señor es el camino seguro a la bendición.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"