Al lado de los levitas, cualquier hombre o mujer perteneciente a las demás tribus podía consagrarse a Jehová y hacer el voto de nazareo. Pero a diferencia de los hijos de Leví, su consagración era individual y facultativa. El israelita era libre para hacer o no hacer este voto, pero una vez hecho, cesaba su libertad; su vida privada y pública quedaba sometida a unas obligaciones muy estrictas, así como en un ejército el recluta voluntario está sujeto a la misma disciplina que las tropas movilizadas obligatoriamente. Las condiciones del nazareato eran tres:
1. Abstenerse de todo lo producido por la viña, símbolo de los goces del mundo;
2. Dejarse crecer el cabello, imagen de la puesta a un lado del “yo”, lo que debe caracterizar al discípulo de Cristo;
3. Huir de todo contacto con la muerte, salario y prueba del pecado.
En principio cada hijo de Dios lleva este triple carácter. Ha muerto al mundo, al “yo” y al pecado (Gálatas 6:14; 5:24; 2:17-20). Pero para tener la fuerza necesaria a fin de mantenerse firme en esta posición difícil y contraria a nuestra naturaleza, es preciso que su consagración sea total para Cristo, que sea el resultado de una gozosa decisión de su corazón. Los versículos 9 a 12 recuerdan cuán fácil es, por falta de vigilancia, perder el carácter de nazareo, y cuán difícil es volverlo a encontrar.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"