La segunda venida de nuestro Señor Jesucristo (3)

La venida del Señor debe tener un gran efecto en nosotros. Está escrito que es menester esperar velando la vuelta del Señor, como los que esperan a sus señores. El Señor Jesucristo da un gran valor a nuestro acto de esperar vigilantes Su venida, y se entristece cuando ve que no nos hallamos esperando y velando. Tenemos el privilegio de acordarnos en la mañana y decir: «Puede muy bien ser que venga antes de la noche», así como podemos acostarnos con este pensamiento: «Puede muy bien ser que el Señor venga antes de la mañana». Él dice al fin del Apocalipsis: “Ciertamente vengo en breve”.

¿Qué sucederá cuando tenga lugar este hecho? Se ha de conocer quién es el prudente y quién es el insensato. Leemos en Mateo 25 la parábola de las diez vírgenes, cinco de las cuales eran prudentes y las otras cinco insensatas. Si las pusieran en fila y las retrataran, todas tendrían el mismo aspecto. Sin embargo, el Espíritu Santo dice que cinco eran prudentes y cinco insensatas. Todas llevaban las lámparas en sus manos, pero las cinco prudentes llevaban aceite en sus lámparas, y las insensatas no. ¿Qué aprendemos de esto? Que el cincuenta por ciento de los que profesan el cristianismo, se cubren de una falsa apariencia. Es la Biblia que lo dice, y no yo.

Cincuenta por ciento, esto es, cinco en cada diez, de los que profesan el cristianismo, fingen ser lo que no son. Cinco eran prudentes y cinco eran insensatas. Cinco poseen verdaderamente a Cristo, y cinco meramente profesan poseerlo. Cuando el Señor viniere, las insensatas serán dejadas y las prudentes serán arrebatadas.

Tal vez esté aquí esta noche algún marido creyente, al lado de su mujer no convertida aún. Si el Señor viniese esta noche, sería él arrebatado al cielo y ella, a pesar de profesar el cristianismo, sería dejada en este mundo. Puede darse el mismo caso en una madre cristiana, esto es, puede partir ella y dejar aquí una hija o un hijo no convertidos.

Si el Señor viniera esta noche, los no realmente salvos se quedarían fuera de la puerta, y la puerta se cerraría. “Después vinieron también las otras vírgenes diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco”. Ahora, ¿en qué lado de la puerta se encontraría ustede si el Señor Jesucristo viniera esta misma noche?

Yo sé en qué lado me encontraría: del lado de adentro. ¿Y por qué? Porque confío en Jesús, el Salvador. Todo consiste en que estemos preparados. “Las que estaban preparadas entraron”. En el último capítulo del Apocalipsis dice tres veces el Señor: “Vengo en breve”. En el versículo 7 dice: “¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro”. Ligada con el anuncio de Su venida en este versículo hay, como vemos, una cierta responsabilidad por parte nuestra. Observamos que no se da respuesta alguna.

En el versículo 12 leemos: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”. Aquí se expone la venida del Señor mencionándose al mismo tiempo el galardón de nuestra obra, y notemos bien, no hay respuesta todavía. No puedo decir: “Ven, Señor Jesús”, cuando pienso en mi servicio defectuoso e incompleto. Por último, encontramos en el versículo 20 lo siguiente:

“El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve”. El bendito Señor no hace más que anunciar en este pasaje Su venida personal. No presenta condición alguna, y en seguida viene la respuesta: “Amén, sí, ven, Señor Jesús. “Y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para la salvación de los que le esperan” (Hebreos 9:28).

No hay, por lo tanto, motivo para sentir recelo alguno ante la perspectiva de Su venida. Será uno de los más radiantes momentos de nuestra existencia. La Iglesia de Dios es considerada en las Escrituras como la esposa de Cristo. Como es natural, ha de sentir una gran satisfacción al llegar el día de la boda; ese día no la amedrenta; conoce a Aquel con quien va a vivir, y se regocija cuando llega el día de la unión.

Nosotros somos la esposa de Cristo, y si el Señor viniese esta noche, ¡qué felicidad sería contemplar Su rostro, y llegar a ser tal como Él para siempre!

Digamos ahora una palabra sobre 2 Corintios 5:1-10. Allí se nos informa que hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo. Mas, ¿tendrá el cristiano que comparecer ante el gran trono blanco? No. Vemos que el Señor puede venir esta noche, y que, cuando él venga, los creyentes serán cambiados en la imagen de Cristo y arrebatados para estar eternamente con él. Después de un corto intervalo, la Iglesia ha de reaparecer con Cristo, siendo entonces establecido el Milenio, y reinando la Iglesia con Cristo durante mil años. Cuando termine el Milenio, el Señor Jesucristo y Su pueblo se retirarán de nuevo al cielo. El diablo quedará entonces libre, (véase Apocalipsis 20:7) y el mal será desenfrenado. Finalmente, después de un corto período, el Señor vuelve a descender del cielo a la tierra y los inicuos que estuvieron muertos han de resucitar para comparecer ante el gran trono blanco. ¿Aparecerán los creyentes ante ese severo tribunal después de haber estado con Cristo, hechos semejantes a El, durante mil años? Cierto que no. Sería una locura pensar tal cosa.

Todos los creyentes ya habrán sido resucitados en la primera resurrección. ¿Quiénes, pues, habrán permanecido en la sepultura? Solamente los inicuos muertos. ¿Quienes tomarán parte en la segunda resurrección? Estos mismos inicuos muertos que habrán de comparecer ante el gran trono blanco. ¿No comparecerá el creyente allí? De cierto que no, puesto que él ya habrá sido arrebatado para el cielo mucho antes que esto tenga lugar.