Hubo un tiempo en que fue universalmente sostenida por los cristianos la idea de que había de realizarse una última resurrección general compareciendo en seguida todos ante Dios; y que Dios había de examinar nuestras vidas y decidir entonces si estamos entre las ovejas o entre los cabritos. Deseo mostrarles por las Escrituras que la idea de una «resurrección general» carece de fundamento. No trato de exponer aquí ideas mías (porque en las cosas de Dios no tienen valor alguno), pero sí las que se encuentran en las Sagradas Escrituras.
Veamos en el capitulo 20:4-5 del Apocalipsis:
Vi sillas, y se sentaron sobre ellas, y les fue dado juicio y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Más los otros muertos no entraron en vida hasta que se cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrección.
La Escritura, hablando lo más claramente posible de la primera resurrección, prueba que hay, por lo menos, una segunda. Si hay una primera, es claro que habrá una segunda. Nosotros leemos: Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección”. Los versículos 13-l8 del capitulo 4 de la 1 Epístola a los Tesalonicenses se refieren a la primera resurrección. Si leen aquella Epístola por entero, sabrán que los cristianos de Tesalónica esperaban tan realmente la venida del Señor que hasta algunos abandonaban sus trabajos cotidianos; y por esto el apóstol les exhorta a que estén tranquilos y atiendan a sus ocupaciones y trabajen con sus propias manos (1 Tesalonicenses 4:11).
Habiendo sido preguntado un siervo del Señor de lo que haría si supiese que había de morir en la noche del día siguiente respondió: «Ni más ni menos de lo que ya tengo planeado, que es irme en la mañana temprano para tal sitio, predicar allí, y dirigirme más tarde hacia otro punto, donde también tengo que decir algo. Emplearía mi tiempo en el plan que tengo trazado, y que juzgo está en armonía con la voluntad de Dios.» ¡Oh, mis queridos amigos cristianos! Que el Señor cuando venga les encuentre atendiendo a sus negocios, educando a sus hijos, desempeñando los deberes del sitio en que él les ha colocado.
Un médico, amigo mío, me dijo que cuando va a visitar a sus enfermos, algunas veces, al llamar a las puertas, tiene que esperar mucho rato antes que abran. Es que están arreglando la casa y después, cuando tiene mejor aspecto, le reciben. Si el Señor viniese esta noche, ¿tendríamos todas las cosas en orden? Sería muy triste si así no fuese. No es posible hacerle esperar fuera de la puerta. Aparecería de repente, aunque no estuviésemos preparados para recibirle.
¿Qué dice la Escritura acerca de la venida del Señor?
Los de Tesalónica esperaban la vuelta del Señor para reinar en el mundo, y aun algunos descuidaban sus ocupaciones habituales. Imaginaban, también, que los que ya habían muerto se hallaban completamente privados de los goces y bendiciones del reino. Por eso el apóstol les escribe en aquellos términos, para demostrarles cómo se realizaría la venida del Señor.
La Escritura no define el día de la vuelta del Señor. Decía a la Iglesia que debía esperar a Cristo; y en Apocalipsis hallamos también: “Ciertamente vengo en breve”. Y la respuesta de la Iglesia es: “Amen, sea así. Ven Señor Jesús”. Él viene pronto, pero ¿por qué no está ya aquí el Señor Jesucristo? Él está esperando que se complete Su Iglesia. Está esperando que sean salvos los por quienes Él murió.
Las vírgenes insensatas que llevaban lámparas sin aceite, es decir los falsos religiosos, se han de quedar fuera. La Escritura dice: “Las que estaban preparadas entraron con Él a las bodas, y se cerró la puerta” (Mateo 25:1-13).
Doy gracias a Dios que Jesús no vino hace veintidós años, pues entonces me habría quedado fuera de la puerta. Puede ser que muchos de mis lectores den gracias a Dios porque Él no vino hace veintidós meses pues entonces se habrían quedado atrás.
¿Veintidós meses he dicho? ¡Quién sabe si hace veintidós días hubiese sucedido lo mismo! Si Él viniese esta noche, ¿se irían ustedes con Él? ¿Están preparados?
La longanimidad del Señor es nuestra salvación. No es que Él se olvide de venir. Si pudieran reunirse todas las aspiraciones de los cristianos que esperan la venida del Señor, y elevarse en un nutrido grito de "Ven, Señor Jesús", uno se vería frente a la fervorosa aspiración de la Iglesia.
¡Escuchen!, el Señor Jesús anhela aún más ardiente e intensamente que nosotros el momento en que Él será saciado, viendo el trabajo de Su alma (Isaías 53:11), momento en que para Su eterna complacencia ha de tomar hacia él su esposa. Él viene pronto. ¡Aleluya!
En 1 Tesalonicenses 4:13-18; vemos cómo se ha de realizar Su venida. Dice esta parte de la Escritura que cuando Él venga, los santos que estuvieran vivos no precederán a los que ya durmieron en Jesús. Los muertos en Cristo resucitarán primero. Ahora bien ¿quiénes son los que han de resucitar? Los muertos en Cristo: No son otros… Los muertos en pecado continuarán en sus sepulturas en espera del Trono Blanco. Está claramente expresado: “Los muertos en Cristo resucitarán primero”. Las sepulturas de sus los cristianos son preciosas a los ojos de Jesús. Sus almas, han de volver aún a animar sus cuerpos.
Y luego confirma: “Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no seremos delanteros a los que durmieron” (los que durmieron en Cristo). ¿Quiénes son estos “nosotros”? El apóstol Pablo está escribiendo a los creyentes. Se refiere a todos y a cada uno de los cristianos que están vivos sobre la superficie de la tierra en el momento en que el Señor vuelva.
“Nosotros, los que vivimos, los que quedamos, juntamente con ellos seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”.
Preguntarán quizás: ¿por qué son los muertos en Cristo los primeros objetos del grandioso poder de Jesús? Porque los santos que estuvieran vivos tienen ventajas sobre ellos; no necesitan ser resucitados de entre los muertos. Ellos serán resucitados de entre los muertos, y, en un instante, tanto los que murieron en Cristo como los que vivieran serán arrebatados juntamente. “El mismo Señor con aclamación descenderá del cielo”. No mandará un arcángel. Él mismo Señor, el Amigo de nuestras almas, el Salvador de nuestros cuerpos. Él que murió en la cruz, “descenderá del cielo con voz de arcángel y con trompeta de Dios”. Todo el cielo concuerda con lo que Jesús está haciendo. La estrepitosa llamada a reunión y el sonido de la trompeta no serán oídos por el mundo. Los incrédulos serán completamente sordos a esto. Sus almas no oyeron la voz del Salvador cuando Él, en la dispensación de Su gracia, les decía: “Venid a mí”. Y no han de oír, por lo tanto, la llamada que Él hace para congregar a los Suyos. ¿Quiénes la oirán? Todos los creyentes que viven sobre la superficie de la tierra; todos los que tienen fe en Cristo han de oírla y, ¿qué sucederá? Lo que la Palabra dice: “Los muertos en Cristo resucitarán primero: luego nosotros, los que quedamos, juntamente con ellos seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor”.