Los enemigos
Os ruego… que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma
(1 Pedro 2:11).
Después de mucho trabajo y cuidados, los árboles han prosperado; la floración abundante promete una buena cosecha; es, además, un encanto para los ojos ver como los pétalos rosados de los manzanos resaltan sobre la nívea blancura de los perales. Todo habla de un Dios generoso que quiere canastos llenos de frutas sabrosas.
Calculo ya los beneficios… –despacio– dice mi vecino –los enemigos no han causado estragos aún. Esos enemigos son numerosos: Hongos microscópicos, bichitos de toda clase van a ensañarse con la fruta. ¡Decepción después de la esperanza!
Y pienso en Dios cuando vio que “la maldad de los hombres era mucha en la tierra” (Génesis 6). Tenía el derecho de esperar de su criatura frutos de justicia y santidad para su gloria. Pero la desobediencia de Adán –ese primer pecado– no solo sometió al ser humano a los sufrimientos y a la muerte, sino que toda la creación fue sujetada a la esclavitud de corrupción (Romanos 8:21).
Como el gusano roe la fruta, así corrompe el pecado las fuentes secretas del corazón humano, y nuestras mejores obras se hallan perjudicadas al punto que no pueden agradar a Dios. El mal es tal que, para él, Justo y Santo, el hombre está muerto en sus delitos y pecados (Efesios 2:1).
Tratamiento
“Dios… nos salvó… por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:4-5).
Los enemigos se ensañan en destruir. Felizmente, la ciencia de la arboricultura tiene los recursos: Arseniatos, sulfatos, nicotina y otros más. Como fina neblina, se pulverizan estas sustancias con fuerte presión, en el momento oportuno, y siempre, según dicen los expertos, con la obligación de una aspersión o lavado total. Nada bebe ser olvidado: Tronco, ramas y ramillas, todo tiene que recibir el tratamiento saludable.
Mientras uso el pulverizador me viene a la memoria “el lavamiento de la regeneración”, del cual habla el apóstol Pablo. Para que nada subsista de nuestra vieja naturaleza, a la cual está adherido el pecado, nuestro ser moral íntegro tiene que ser sometido a ese lavaje por la Palabra de Divina. Es una limpieza completa en vista del nuevo nacimiento obrado por la Palabra de verdad en nuestro corazón por el Espíritu Santo, no por la enseñanza de una moral cristiana puesta en práctica lo mejor posible. Es, por la fe en el Hijo de Dios, la obra profunda de regeneración total de la cual Jesús habló con Nicodemo. Es el saludable tratamiento divino que no solo hace desaparecer los efectos del pecado al otorgarnos el perdón de todas nuestras faltas, sino que nos comunica la vida eterna, la de nuestro Salvador.