Retoños
“Si decimos que no tenemos pecado… la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8-9).
A ras la tierra, debajo de la protuberancia del injerto, han crecido retoños. Insidiosamente, pero con una fuerza extraordinaria, forman como una corona de nuevos tallos. –Déjalos– dice mi hijo, que me ve armado con mi podadera –darán muchos arbolitos.
Es una buena oportunidad para hablarle de la vieja y la nueva naturaleza coexistentes en el cristiano. El árbol injertado con su tronco y su ramaje es la naturaleza divina de la cual hemos llegado a ser participantes por la fe en Jesucristo, nuestro Salvador. Dios no quiere más conocernos de otro modo; su Palabra y su Espíritu obran “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:17).
Pero los retoños –lo que surge demasiado a menudo del viejo fondo de la naturaleza pecaminosa, coexistente en nosotros con la nueva– esos retoños, ¿De qué nos hablan? Representan lo que se muestra tan fácilmente cuando la muerte deja de ser aplicada al “viejo hombre”, cuando la obra saludable de la cruz, donde hemos sido crucificados con Cristo, pierde para nosotros su sentido moral.
Si carecemos de la vigilancia necesaria para confesar el pecado cuando nos juzgamos a fondo a nosotros mismos, entonces los retoños prosperarán, agotando al árbol injertado.
El chupón
“Este es mi Hijo Amado, en el cual tengo complacencia” (2 Pedro 1:17).
Se designa así una ramita vigorosa que ha crecido sobre una rama en pocas semanas y que, al chupar demasiada savia, provoca el marchitamiento de las partes fructíferas situadas más arriba de ella. Al revés del retoño que sale del patrón de injerto, el chupón sale del árbol injertado; pero absorbe tanta vitalidad por su crecimiento rápido que perjudica el equilibrio de la savia y debe ser enérgicamente podado.
Así es demasiado a menudo nuestro caso, amigos creyentes: Manifestamos alguna inclinación espiritual demasiado marcada en perjuicio de otras obligaciones. Por ejemplo: Ya que nuestro Señor dijo: “Que os améis unos a otros”, nos conviene mostrar afecto fraterno. Pero, con el pretexto de que no tenemos que juzgar a nuestro hermano, ¿habremos de descuidar la obligación de “hablar verdad cada cual con su prójimo”? Si, so escapa del amor, desconoceremos los derechos de la justicia y de la verdad, dejamos crecer el chupón y perjudicamos al árbol entero. Solo uno fue perfecto en todo su andar. La vida del Hombre Cristo Jesús es maravillosa en su total armonía para gloria de Dios. Todo en él subía hacia Dios como una ofrenda de grato olor. La menor expresión de lo que él era, en toda circunstancia, resultaba un perfume del más puro incienso. Ninguna de sus cualidades morales usurpaba el lugar de otra para reducir sus felices efectos.