Las lecciones del huerto (1)

Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios
(1 Corintios 3:6).

Es un pequeño prado en suaves pendientes, acariciado desde la aurora por los rayos del sol y protegido de los vientos fríos. Más aún que lecciones de arboricultura, se reciben las que nacen de las reflexiones inspiradas por el gran libro de la naturaleza.

En algunos lugares, el suelo ha sido labrado para sacar viejas raíces, los hoyos han sido preparados y abonados se han traído los arbolitos cuyas raíces, debidamente colocadas, han sido cubiertas de tierra mullida. Es un trabajo que necesita muchas preocupaciones. Cuando el árbol parece seco y sus ramas están desprovistas de sus hojas. ¿No sería lo mismo plantar una simple estaca?… pero, si se lo rodea de tantos cuidados, es que se cuenta con la reanudación de la vida. Mientras tanto, se espera.

Esto hace en el versículo arriba mencionado: Pablo plantó… él había anunciado el evangelio a los griegos: “Muertos en sus delitos y pecados”. Era poner en contacto con la buena tierra y plantar en un terreno fértil a aquellas almas que él deseaba ver nacer a la vida de Dios, arraigarse en Cristo con miras a llevar fruto para el Señor. “Pablo plantó”… esto habla de su perseverancia en predicar la buena nueva de la Salvación por gracia.

También quisiéramos verla, querida alma, “nacer de nuevo” a la vida de Dios por la fe en Jesús, como los árboles de un vergel después del sueño invernal.

Plantado junto a las aguas

“Bendito el varón que confía en Jehová… Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces…; y en el año de sequía no se fatigará de dar su fruto”. (Jeremías 17:7-8).

De todos los manzanos de la cañada, uno supera a los demás con sus ramas vigorosas, su follaje tupido, sus abundantes frutas. Nada de extraño hay en eso: Cerca de él, a dos metros bajo tierra corren hilos de agua que se juntan un poco más abajo en una fuente que nunca se seca; las raíces del manzano son atraídas hacia su frescura bienhechora.

Imagen a menudo evocada del cristiano que se refresca en la fuente eterna de la vida. El alma del creyente fiel busca en la Palabra a Dios que se revela en ella por Jesucristo. ¿Quién, fuera de él, puede refrescar nuestros corazones cuando el mundo, esta “tierra seca y árida donde no hay agua” no les trae más que vanas luchas y decepciones?

Pero hace falta el trabajo del alma que por el instinto de la vida divina se acerca a él según lo que decía Jesús mismo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37). Las raíces bajo tierra se abren lentamente camino hacia el agua que parece llamarlas. Así pasa con las fibras secretas del corazón que ha probado que Dios es bueno. Entonces, aun en años de sequía, no temerá, su paz permanecerá íntegra a través de las peores pruebas; no dejará de llevar frutos al vivir su fe, testimonio de la poderosa gracia de Dios.