Las lecciones del huerto (3)

La formación

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).

Los árboles jóvenes están ahora enraizados, fuertemente afirmados sobre su base, mantenidos rectos por un solo sólido tutor. Vigorosas ramas han crecido, pero el ramaje se aleja en todos los sentidos, rebosando de savia, pletórico de ramitas. Abandonados a su suerte, producirán árboles mal formados y aireados. ¿Cómo podrían llenarse de la fruta esperada?

Ahí interviene el “especialista” avisado, competente para podar, mondar, equilibrar el ramaje y formar árboles de hermosa apariencia.

Padres, educadores cristianos, ésta es vuestra tarea para con los corazones jóvenes que se abren a la vida de Dios, para con los recién convertidos que empiezan la carrera. Tarea delicada en la cual el amor y la firmeza han de unirse con el socorro de la gracia divina para que, sin heridas inútiles pero con afectuosa franqueza, puedan darse las advertencias necesarias en cuento al mal que amenaza, enderezar una tendencia enojosa, ayudar a luchar contra alguna disposición peligrosa. “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra” (Salmo 119:9).

Poned, pues, entre sus manos el libro de Dios en el cual todo es útil para enseñar y corregir en vista de “toda buena obra”.

La poda

“Es verdad que ninguna disciplina el presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11).

Llega la primavera. Pronto la savia hincará las yemas. A fin de que sea repartida a lo largo de las ramas, podamos con prudencia, según las reglas establecidas por la sabia experiencia, para que el árbol, por un momento lastimado, pero no mutilado, prospere y lleve fruto. Mientras van cayendo los chupones en beneficio de las ramas fértiles, pienso en el Señor cuando habla de la vid, de la cual su Padre es el labrador: “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará, y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto” (Juan 15:2).

Creyente hermano: No te desalientes si el divino Labrador hace esta limpieza, siempre dolorosa para el corazón. El sabe lo que es un obstáculo a tu crecimiento espiritual y te ama demasiado para dejarte sin su disciplina; objeto de tristeza ahora, ella llevará para ti mas tarde “fruto apacible de justicia”. No pierdas el ánimo: La prueba de fe será bendecida por él.

Lector aún inconverso: Ya que usted, pese a invocar quizás el nombre de Jesús por haber sido bautizado, no tiene ningún fruto para él, pues no cree en su obra redentora, tema ser el pámpano estéril que será quitado del árbol de la cristiandad nominal. En este caso no se trataría de una limpieza para que viviese usted verdaderamente para Dios, sino del resultado de su falta de vínculo vital con Cristo.