Los versículos 1 a 4 ofrecen ejemplos de las faltas que debían expiarse mediante un sacrificio. Se trata de actos cuya gravedad quizá no hubiéramos discernido si la Palabra, divina medida de la conciencia, no los hubiera condenado: por ejemplo, dejar de dar un testimonio, tener un contacto pasajero con lo impuro, proferir palabras ligeras. Hasta se puede ser culpable guardando silencio (v. 1) o, al contrario, hablando demasiado (v. 4). En todos estos casos se imponía la confesión (v. 5), luego, era necesario recurrir al sacrificio (v. 6). Este sigue siendo el camino que 1 Juan 1:9 ordena al creyente que ha fallado, con la diferencia de que el sacrificio no debe ofrendarse una segunda vez. La sangre de Jesucristo ya está ante Dios en nuestro favor, de modo que basta la confesión; Dios es entonces
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
(1 Juan 1:9)
Los versículos 6 al 13 muestran que existían diferencias de recursos entre los que traían su ofrenda. Uno ofrecía un cordero, otro dos tórtolas, otro tan solo un puñado de harina. No todos los hombres tienen igual capacidad para apreciar en un mismo grado la obra de Jesús. Lo que cuenta es el valor perfecto que ella tiene para Dios.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"