“Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Juan 15:27), había dicho el Señor a los doce. Eso es lo que el apóstol Juan hace aquí. Su tema es la vida eterna primeramente oída, vista y palpada en el Hijo, y ahora comunicada a los que por la fe han recibido potestad de ser hijos de Dios (Juan 1:12). Es necesario distinguir entre la relación propiamente dicha y el gozo de esa relación, llamada comunión. La primera es la parte de todos los hijos del Padre. La segunda solo pertenece a los que andan en luz (v. 7). La porción comprendida entre el versículo 6 del capítulo 1 y el versículo 2 del capítulo 2 explica cómo se puede mantener o restablecer la comunión cuando ha sido interrumpida. Por parte de Dios, una inagotable provisión responde a todas nuestras iniquidades: la sangre de Jesucristo, su Hijo. No hay pecado demasiado grande que esa preciosa sangre no pueda borrar. Ella limpia de “todo pecado” (v. 7) y de “toda maldad” (v. 9). De nuestra parte, solo se nos pide una cosa: la plena confesión de cada una de nuestras faltas para obtener pleno perdón (v. 9; Salmo 32:5). Mi pesada deuda ha sido pagada por Jesucristo y Dios no sería justo para con mi Sustituto si me la reclamara de nuevo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"