Estas últimas exhortaciones no están fundadas, como las precedentes, sobre las “preciosas y grandísimas promesas” (cap. 1:4), sino sobre la inestabilidad de todo lo que llena la presente escena. Hagamos de vez en cuando el inventario de los bienes terrenales a los que estamos más apegados y escribamos debajo: “todas estas cosas han de ser deshechas…”. Así seremos guardados de apegarnos a ellas. El hecho de saber estas cosas de antemano debería estimularnos a una santa conducta (o manera de vivir); otra expresión característica de Pedro (véase la primera epístola cap. 1:15, 17-18; 2:12; 3:1-2, 16). Nada impulsa tanto a la separación del mal y del mundo como el pensamiento del inminente retorno del Señor. Lo mismo sucede en cuanto a la evangelización, porque su venida marcará el fin de su paciencia para salvación (v. 15). Esforcémonos para ser hallados tal como Cristo quiere encontrarnos a su retorno (v. 14): “irreprensibles para el día de Cristo” (Filipenses 1:10), habiendo hecho algún progreso en la gracia y en Su conocimiento (v. 18).
El apóstol había cumplido con su servicio y ahora está preparado para “abandonar el cuerpo”. Nos da cita en ese día de eternidad que nuestra fe saluda y anticipa al dar gloria desde ahora a nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"