Para derrumbar la verdad, tal como está establecida en el capítulo 1, Satanás emplea dos medios, y siempre los mismos: se ensaña para corromperla, como en el capítulo 2, o para negarla abiertamente, como lo veremos en el capítulo 3. Sus instrumentos para extraviar a las almas son presentados aquí bajo su verdadero aspecto. Cuán abominable y espantoso es el retrato de esos conductores religiosos en quienes el mal moral va a la par del mal doctrinal (v. 12-17; Mateo 7:15). Estos hombres prometen la libertad a los demás y ellos mismos son esclavos de sus pasiones (v. 19). Porque, palabras serias también para el creyente, “el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció”. Amigo lector, ¿es usted libre, ha sido liberado por el Señor? (Juan 8:34-36; Isaías 49:24-25). ¿O aún se encuentra atado por una inconfesable cadena? Este mundo es cautivador en el sentido literal de la palabra. Como el lodo de un pantano (v. 22 final), retiene cautivo el pie del imprudente que se aventura en él, al mismo tiempo que contamina el alma (el v. 20 menciona “las contaminaciones del mundo”).
El final del capítulo denuncia la ilusión de aquellos a quienes un cristianismo simplemente social o intelectual ha podido hacer salir momentáneamente del hábito del pecado. Una reforma moral no es una conversión.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"