Las verdades desarrolladas en la primera epístola recuerdan las revelaciones del capítulo 16 de Mateo, es decir, los padecimientos de Cristo, la edificación de la Iglesia, casa espiritual construida sobre la Roca.
Esta segunda carta se apoya en el capítulo 17 del mismo evangelio anunciando las glorias que siguen. Cuando la transfiguración tuvo lugar, Pedro, Juan y Jacobo contemplaron a Jesús en “la magnífica gloria”. Pero recibieron la orden de no hablar de ello a nadie antes de Su resurrección. Ahora el tiempo de esta revelación había llegado. Pedro, quien entonces estaba rendido de sueño (Lucas 9:32), despierta a los creyentes a quienes escribe mediante el recuerdo de esa escena (v. 13; cap. 3:1). Él, quien inconsideradamente había propuesto hacer tres enramadas (o tiendas), ahora se dispone a abandonar el cuerpo (o tienda terrenal) para gozar, esta vez para siempre, de la presencia de Cristo (v. 14). El Señor le había mostrado cuándo y por medio de qué muerte había de glorificar a Dios (v. 14; Juan 21:18, 19). Pronto, nosotros también seremos testigos oculares de su majestad.
A lo largo de las Escrituras, la lámpara profética dirige su haz de luz sobre la gloria próxima. Pero el hijo de Dios posee una luz más brillante aún. El objeto de su esperanza vive en él: Cristo es el lucero de la mañana que ya sale en su corazón (v. 19; Colosenses 1:27 final).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"