“Asimismo vosotras, mujeres” (v. 1), “vosotros, maridos (v. 7), “igualmente, jóvenes” (cap. 5:5). Siempre es el mismo motivo –el amor al Señor–(cap. 2:13) el que dicta a cada cual la conducta que debe seguir en su familia y en la Iglesia. Por su modo de ataviarse, una mujer cristiana revela dónde tiene sus afectos. ¿Ella se preocupa por la hermosura en lo íntimo del corazón, la que realmente cuenta para el Señor? ¿Busca lo que es “de grande estima delante de Dios”: “un espíritu afable y apacible”? (v. 4). Ese “adorno” forma parte de lo que es incorruptible, al igual que la Palabra (cap. 1:23) y la herencia celestial (cap. 1:4). La moda según Dios no ha cambiado, pues, desde Sara.
Nuestro título de herederos “de la gracia de la vida” (v. 7) y de la “bendición” (v. 9 final) constituye, juntamente con el ejemplo que nos dio Cristo, Aquel que hacía el bien (v. 13; cap. 2:21-22), un imperioso motivo para no devolver maldición por maldición.
La larga cita del Salmo 34 nos recuerda lo que es el gobierno de Dios. Si el mal se halla en nuestros labios o en nuestro andar (v. 10-11), dolorosas consecuencias, permitidas por el Señor, podrán ser el resultado (v. 12). Al contrario, un andar por el camino del bien y de la paz es el medio seguro para ser bendecido. Además de ese legítimo deseo de todo hombre, gozaremos entonces de la comunión con el Señor.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"