En el cielo meditaremos, sin cansarnos, en los sufrimientos del Señor Jesús; serán el inagotable tema de nuestros cánticos. Pero la oportunidad de compartirlos habrá pasado. Sufrir con Cristo es una experiencia más profunda e intensa que la de sufrir por él. Tener parte en sus dolores, conocer la ingratitud, el desprecio, la contradicción, el insulto (v. 14) y la abierta oposición que él encontró, es conocerle a él mismo en todos los sentimientos que fueron suyos entonces. Un ferviente deseo de Pablo era el de
conocerle… y la participación de sus padecimientos
(Filipenses 3:10).
Pero existe una clase de aflicciones que Cristo no podía experimentar: las que padecemos por haber obrado mal. No escapamos a «las consecuencias de nuestras inconsecuencias». Un cristiano deshonesto cosechará, ante los tribunales humanos, lo que haya sembrado, y aquel que se haya entremetido en los asuntos de otro tal vez reciba su castigo de mano de este. Lo más triste, entonces, no son las miserias que atraemos sobre nosotros mismos, sino la deshonra echada sobre el nombre del Señor. Por el contrario, padecer como cristianos, es decir, como Cristo, equivale a glorificar a Dios en ese hermoso nombre (v. 16; Hechos 4:17, 21).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"