Un niño que llega al mundo, pronto debe ser alimentado. Por eso la Palabra de Dios, después de haber dado la vida (cap. 1:23), también provee lo necesario para mantenerla. Ella es el alimento completo del alma, “la leche espiritual” de la que Cristo es la sustancia. Si hemos gustado que el Señor es bueno, no podremos vivir sin ese divino alimento (Salmo 34:8).
Después de la simiente viva (y la esperanza viva del capítulo 1), aquí hallamos las piedras vivas. Son juntamente edificadas sobre Aquel que es “la principal piedra del ángulo” –preciosa tanto para Dios como para nosotros los que creemos (v. 7)– a fin de constituir una casa espiritual (Efesios 2:20-22). Tú también eres una de esas piedras, había dicho el Señor a Simón, hijo de Jonás (Mateo 16:18).
Pues bien, tales privilegios acarrean sus correspondientes responsabilidades. Si somos un sacerdocio santo, es para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios. Si somos un pueblo adquirido por Dios, es para anunciar sus virtudes (Isaías 43:21). Ya que hemos sido llamados “de las tinieblas a su luz admirable”, ¿podríamos albergar en nuestro espíritu los deseos carnales? Basta una mirada para atraerlos, y ellos “batallan contra el alma” (v. 11).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"