El cristiano está invitado a respetar el orden establecido, no por “miedo al policía”, sino por el motivo más grande que pueda obrar en su corazón: el amor al Señor (v. 13; Juan 15:10). Somos únicamente esclavos de Dios (v. 16 final), es él quien nos dicta nuestra actitud para con todos. Es cierto que no todos los amos son “buenos y afables”; los hay “difíciles de soportar”. Nuestro testimonio tendrá más fuerza y relevancia ante los segundos que ante los primeros. La injusticia, el ultraje y todas las formas de aflicción dan al hijo de Dios ocasiones para glorificarle. En ese camino nos precedió El que fue el Varón de dolores.
Por supuesto que en la obra de la expiación Cristo no tuvo ni tendrá jamás compañeros o imitadores. “Él mismo” –y solo él– “llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (v. 24). En cambio, en su camino de justicia (por consiguiente de sufrimiento), es nuestro Modelo perfecto (1 Juan 2:6). La contradicción y la perversidad de los hombres no hacían más que poner de manifiesto Su paciencia, Su mansedumbre, Su humildad, Su sabiduría y Su entera confianza en Dios… huellas benditas en las que hemos de andar. Así cumpliremos el último mandato del Señor a Pedro: “Sígueme tú” (Juan 21:22).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"