El pecado, del cual el Señor tuvo que encargarse, ¡cuánto debió de haberle cansado! Ahora ha acabado con él por medio de la muerte. Asimismo el creyente debe acabar con las concupiscencias propias de los hombres.
Queridos amigos: ¿No nos basta haber perdido un tiempo precioso –antes de nuestra conversión– en un andar insensato hacia la muerte? Vivamos el resto de nuestro tiempo “conforme a la voluntad de Dios”. Sin duda nuestro nuevo comportamiento contrastará con el del mundo que nos rodea. Y este último se extrañará de que nos abstengamos de sus corrompidos placeres. Se hará presión sobre nosotros, nos harán bromas y tal vez injurias. ¿Por qué? Porque el mundo se sentirá condenado por nuestra separación, mientras espera ser condenado por el gran Juez (v. 5).
Precisamente la inminencia de ese juicio nos dicta nuestra conducta: sobriedad, vigilancia, oración y ferviente amor (cap. 1:22 final). Este se traduce de muchas maneras: buscando la restauración de nuestros hermanos (v. 8 final), practicando alegremente la hospitalidad y utilizando los dones de la multiforme gracia de Dios en provecho los unos de los otros. Así el Señor Jesús, quien está en el cielo, puede seguir glorificando a Dios en la tierra, mediante la vida de sus redimidos (v. 11; Juan 17:4, 11; 15:8).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"