En tiempos pasados tuvimos fieles conductores o “pastores” . Veneremos su memoria, imitemos su fe… y leamos sus escritos (v. 7). Pero Dios nos los da hoy también (v. 17, 24). ¿Cuál es nuestro deber hacia ellos? Obedecerles, orar por ellos (v. 18), actuar de modo que puedan cumplir su servicio con gozo –ya que velan por nuestras almas– e igualmente soportar “la palabra de exhortación” cuando nos es dirigida por su medio (v. 22). No obstante, que la personalidad de ningún obrero del Señor nos haga perder de vista al “gran Pastor de las ovejas”. Solo él dio su vida por ellas y ahora las lleva con él fuera del campamento de la religión humana (Éxodo 33:7).
De ahí en adelante, todos los creyentes constituyen un único rebaño, a la cabeza del cual se halla un único “Pastor” (Juan 10:4, 16). A lo largo de esta epístola, los elementos del judaísmo han sido quitados uno tras otro y reemplazados por las gloriosas verdades cristianas. Todas se hallan resumidas en Jesucristo. Finalmente, ésta es la obra que Dios cumple en nosotros (v. 21): nos libera de toda atadura, nos despoja de las formas para apegarnos a su Hijo resucitado y glorificado. Mientras aguardamos su próxima aparición, que esta epístola nos haya enseñado a poner los ojos en él, ya ahora por la fe (véase cap. 12:2).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"