En los versículos 2 y 12 las palabras “prueba” y “tentación” significan la prueba que viene de afuera. Dios nos la da para nuestro bien y finalmente para nuestro gozo. En el versículo 13, ser tentado tiene un sentido diferente: supone el mal. Esta tentación viene de dentro, de nuestro interior y es debida a nuestras propias concupiscencias. ¿Cómo podría ser Dios la causa de esto? Nada tenebroso puede descender del “Padre de las luces”; “Dios es luz”, nos dice el apóstol Juan en su primera epístola (cap. 1:5). El que nos ha enviado a su propio Hijo nos da con él “todo don perfecto” (véase Romanos 8:32). La fuente del mal está en nosotros: los malos pensamientos, cuyas consecuencias son malas palabras y malos hechos. Pero no basta ser consciente de ello. Corremos el riesgo de parecernos a alguien que comprueba que está sucio al mirarse en un espejo, pero no se lava. La Palabra de Dios es este espejo. Ella muestra al hombre lo que es; le enseña a hacer el bien (cap. 4:17); ella no lo puede hacer en su lugar.
¿En qué consiste “la religión pura y sin mácula” reconocida por Dios el Padre? No en vanas ceremonias religiosas. Aquel servicio emana de la doble posición en la que el Señor dejó a los suyos: en el mundo, para manifestar la abnegación y el amor; pero no del mundo, para guardarse sin mancha de este (v. 27; Juan 17:11, 14, 16).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"