“Sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (v. 22; leer también Levítico 17:11). Lo que cada sacrificio del antiguo pacto proclamaba, lo que Abel ya había comprendido por la fe (11:4), está confirmado aquí de la manera más categórica. Porque
la paga del pecado es muerte,
y la sangre derramada sobre la tierra es la prueba de que esa paga fue efectuada (Deuteronomio 12:23-24). La sangre de Cristo fue derramada por muchos “para remisión de los pecados” (Mateo 26:28). ¿Quiénes son esos muchos? ¡Todos los que creen! La preciosa sangre de Jesús, continuamente bajo la mirada de Dios, los pone al abrigo de Su ira, porque “está establecido para los hombres que mueran una sola vez…”. No les será otorgada una segunda existencia.
Sin embargo, no todo se acaba con la extinción de la vida corporal, y la muerte es poca cosa al lado de lo que sigue. ¿Qué hay después de la muerte? Una palabra temible basta para revelarlo: “…y después de esto el juicio” (2 Timoteo 4:1; Apocalipsis 20:12). El hombre sin Dios tiene esas dos realidades terribles ante sí: la muerte y el juicio. Pero el redimido posee dos bienaventuradas certezas: el perdón de todos sus pecados y el retorno del Señor para su liberación final (v. 28). Que cada uno de nuestros lectores pueda formar parte de “los que le esperan”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"