Los capítulos 35 a 40 de Éxodo relatan cómo fue construido el tabernáculo. Levítico da instrucciones concernientes a los sacrificios (cap. 1:7) y a los sacerdotes (cap. 8:10). Pero todas esas ordenanzas de un culto terrenal habían demostrado su trágica impotencia. El tabernáculo estaba dividido en dos mediante un velo infranqueable. El sacerdote, como pecador, estaba obligado a “ofrecer por los pecados” de sí mismo (v. 7; cap. 5:3). Finalmente, los sacrificios de machos cabríos y de becerros no podían “hacer perfecto, en cuanto a la conciencia”.
Entonces Dios nos habla de un santuario celestial “más amplio y más perfecto… no de esta creación” (v. 11; cap. 8:2). ¿Pero de qué serviría si no hubiera un sacerdote capaz de asumir el oficio? ¿Y de qué nos serviría un sacerdote perfecto (cap. 5:8), si el sacrificio no fuese excelente? (cap. 9 y 10). Para nuestra entera seguridad, Jesús es a la vez lo uno y lo otro. Como sacrificio, nos da la paz de la conciencia. Como sacerdote, nos asegura la paz del corazón y nos mantiene en comunión con Dios. Bajo el antiguo pacto, todo era precario y condicional. Ahora todo es eterno, tanto la redención (v. 12 final; cap. 5:9) como la herencia (v. 15 final). Nada podrá arrebatárnoslas ni cuestionarlas.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"