En respuesta a la oración del rey, el fuego desciende sobre el holocausto. Y por segunda vez (véase cap. 5:14), la gloria de Jehová llena la Casa. En adelante, y hasta el tiempo de Ezequiel, morará allí (Ezequiel 10:18; 11:23).
El temor que esta gloria inspira impide que los sacerdotes penetren en la Casa (2 Crónicas 5:14; 7:2). En contraste, pensemos en lo que nos corresponde en la eternidad. El Señor quiere tener a los suyos junto a él en la gloria. Ya en el santo monte fue presentado a los discípulos, estando con él Moisés y Elías, en la nube resplandeciente, llamada
La magnífica gloria
(Mateo 17:5; 2 Pedro 1:17).
Todo el pueblo se prosterna y entona el cántico que se entonará también en el reinado del milenio: “Alabad al Señor, porque para siempre es su misericordia” (v. 3; Salmo 136). Después se ofrecen sacrificios en inmensa cantidad: 22.000 bueyes y 120.000 ovejas. Aquí también, ¡qué contraste con la “sola ofrenda” mediante la cual fuimos santificados y hechos perfectos: la “del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”! (Hebreos 10:10, 14).
Luego, el pueblo del gran rey goza alegremente de la Fiesta de los Tabernáculos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"