Salomón, delante de todo el pueblo reunido, celebra al Dios de Israel y recuerda sus misericordias, así como por qué motivo el templo fue construido.
El deseo del rey es volver el corazón del pueblo hacia Jehová. Y pensamos en Aquel que proféticamente declaró, como si estuviera ya del otro lado de la muerte: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré” (Salmo 22:22). A veces tememos dirigirnos a Dios en nuestras oraciones. Creemos encontrar más comprensión y ternura junto al Señor Jesús. ¿No es una falta de confianza para con el Dios de amor? “El Padre mismo os ama”, afirma el Señor a sus discípulos (Juan 16:27). Cristo desea que conozcamos a su Padre como él le conoce. Pero fue necesaria la cruz para establecer esta relación. Por eso, después de su resurrección, sus primeras palabras a favor de los suyos fueron:
Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios
(Juan 20:17).
Ahora que la obra de la redención está cumplida, ya no tenemos que habérnosla con un Dios temible ni con un juez que se debe apaciguar y conmover. Para nosotros Dios es un Padre, a quien podemos acercarnos sin miedo en el nombre del Señor Jesús.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"