Esta segunda epístola, muy diferente de la primera, enfoca un tiempo de ruina en que el apóstol, prisionero, al final de su carrera, asiste a la rápida decadencia del testimonio por el cual había trabajado tanto. Pero Dios se valió de esos progresos del mal, ya visibles en el tiempo de los apóstoles, para darnos esta carta que nos muestra el camino a seguir y los recursos de la fe en “tiempos peligrosos” como los nuestros (cap. 3:1). “¡Ánimo! –escribe Pablo a su “amado hijo”– ¡no te dejes asustar!”. Lo que poseemos se halla fuera del alcance del enemigo y está protegido por el poder de Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Este permanece como espíritu de poder, de amor, de consejo, y “mora en nosotros” (v. 14; Juan 14:17 al final).
“Nuestro Salvador Jesucristo” no ha cambiado. Su victoria sobre la muerte ha sido lograda para la eternidad (v. 10). Cuando todos los puntos de apoyo exteriores se han derrumbado, la fe es llevada a descansar solo en el Señor (v. 12; Salmo 62:1). La fidelidad de cada uno es puesta a prueba no cuando todo va bien, sino cuando todo va mal (Filipenses 2:22). En la adversidad, muchos abandonaron al apóstol (v. 15), en tanto que uno abnegado, Onesíforo, lo buscó y visitó en la cárcel. Este formaba parte de aquellos misericordiosos a quienes les será hecha misericordia (v. 18; Mateo 5:7; 25:36).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"