Cuando todo va bien, cuando la obra es próspera, el obrero no tiene motivos para avergonzarse ante los hombres (cap. 1:8, 12, 16 al final). En cambio, cuando el testimonio está en ruina, fácilmente sentimos vergüenza. Pero, ¡qué importa el menosprecio del mundo, si somos aprobados por Dios! (v. 15). Este capítulo traza una línea de conducta que nos permite estar seguros de esa aprobación en toda circunstancia: allí donde la incredulidad y la corrupción dominan, el cristiano fiel se aparta. En relación con los individuos, él se limpia; respecto a las codicias, las rehuye; en cuanto al bien, lo sigue; a los creyentes, los busca, se une a ellos y juntos rinden culto a Dios. En la práctica, los versículos 19 a 22 han llevado a apreciados hijos de Dios a apartarse de diversos sistemas religiosos de la cristiandad y a reunirse alrededor del Señor para alabarle.
Ya hemos oído un “huye” y un “sigue” en la primera epístola (cap. 6:11). Quiera el Señor grabar en el corazón de todos los creyentes este versículo 22: “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz”. Sin embargo no olvidemos que, así como debemos ser firmes en cuanto a la verdad y a los principios, los que no sufren ningún término medio, también debemos soportar a las personas y manifestarles “mansedumbre” (v. 24-25; Efesios 4:2).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"