A partir de aquí, las Crónicas van a retomar la historia de David y de sus sucesores después de la muerte de Saúl. Pero el relato contiene numerosas diferencias en comparación con el de los libros de Samuel y de los Reyes. Se agregan ciertos hechos, se hace caso omiso de otros. Cada uno de estos cambios corresponde a la meta que Dios se propuso al escribir dicha historia desde otro punto de vista: el de Su soberana gracia. Por el mismo motivo nos dio cuatro veces, en cuatro evangelios, la historia de su Hijo, a fin de permitirnos considerar en él diferentes glorias.
Por eso, no nos cansemos de volver a leer relatos conocidos, sino que procuremos destacar en ellos lo que el Espíritu agrega u omite voluntariamente. Tampoco nos desalentemos; por el contrario, regocijémonos cuando escuchamos repetir que Dios terminó con el hombre en la carne. Saúl y su raza son la imagen de ello. Cae por las manos de los filisteos, quienes lo despojan en el monte de Gilboa. Su ruina es consumada, su muerte comprobada antes que David aparezca en la escena. Este último es el hombre que responde a los consejos divinos, imagen del Señor Jesús.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"