¡No son nuestras pruebas las que deben movernos a esperar al Señor, sino nuestro amor hacia él! Su venida “con todos sus santos” (v. 13) es el gran pensamiento que debe regir todo nuestro comportamiento. Somos “santos” ante Dios por medio de la perfecta obra de Cristo (Hebreos 10:10). Pero al mismo tiempo somos exhortados a afirmar nuestros corazones en la santidad práctica (cap. 3:13); ella es la expresa voluntad de Dios para cada uno de los suyos (cap. 4:3). Un creyente deberá cuidarse particularmente para permanecer puro (v. 4). Al considerar su cuerpo como un instrumento de placer, peca primeramente contra sí mismo: a veces arruina su salud, su conciencia siempre se verá afectada (ésta pierde su sensibilidad frente al mal y se desarregla como un cuentakilómetros que ha sido violentado).
También puede perjudicar grandemente a otra persona (v. 6; Hebreos 13:4). ¡Cuántas vidas arruinadas, espíritus y cuerpos mancillados al igual que hogares destrozados han pagado el precio de la vanidad de una conquista y el placer de unos momentos! Finalmente, la impureza, bajo todas sus formas, es un pecado contra Dios (Salmo 51:4). Nuestro cuerpo ya no nos pertenece, pues ha llegado a ser el templo del Espíritu que Dios nos dio (v. 8; 1 Corintios 6:18-20). El Espíritu Santo reclama una morada santa. Conservar nuestro cuerpo sin mancha (cap. 5:23) es honrar a Aquel que lo habita.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"