Los ultrajes y malos tratos padecidos por Pablo y Silas en Filipos (Hechos 16:12-40), lejos de desanimarlos, les impulsaron a anunciar el Evangelio con “denuedo”. La furiosa reacción del Adversario probaba precisamente que el trabajo de ellos no había resultado vano (v. 1). Sin embargo, no habían empleado ninguno de los métodos habituales de la propaganda humana: seducción, astucia, lisonjas o deseos de agradar sino que “con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2 Corintios 2:17). A menudo, hoy en día, el Evangelio es presentado bajo un aspecto atrayente y sentimental, o como un complemento de una obra social. El ministerio de Pablo tampoco estaba alentado por uno de los tres grandes motores de la actividad humana: la búsqueda de la gloria personal, la satisfacción de la carne y el provecho material. Al contrario, sus sufrimientos testimoniaban un completo desinterés (Hechos 20:35). Dos sentimientos le animaban: la continua preocupación de agradar a Dios (v. 4) y el amor por los que habían llegado a ser “sus propios hijos”. Como una madre, él los había alimentado y cuidado con ternura (v. 7); como un padre, los exhortaba y enseñaba a andar (v. 11-12). Pero ante todo quería que ellos tuvieran plena conciencia de su relación con Dios. ¡Qué posición la de ellos, y la nuestra! Dios nos llama a su propio reino y a su propia gloria.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"