El capítulo 17 de los Hechos de los apóstoles nos relata la corta visita de Pablo y Silas (o Silvano) a Tesalónica. Allí habían anunciado y vivido el Evangelio (v. 5). Y los tesalonicenses, habiéndolo recibido (v. 6), lo vivían a su turno. Su obra era una prueba de su fe (comp. Santiago 2:18); su trabajo confirmaba su amor; su paciencia proclamaba cuál era la gran esperanza que por sí sola podía sostenerlos (v. 3). Así todo el mundo sabía que en Tesalónica existían cristianos (v. 7). ¿Saben todos en mi barrio o en mi lugar de trabajo que soy un creyente? Una conversión es la señal pública del nuevo nacimiento, es el cambio de dirección visible que corresponde a la vida divina recibida en el alma. Cuando uno da media vuelta, ya no tiene los mismos objetivos (Gálatas 4:8-9). De ahí en adelante, los tesalonicenses daban la espalda a los ídolos, estériles y engañosos, para contemplar y servir a un Dios vivo, el Dios verdadero.
Los ídolos de madera o de piedra del mundo pagano cedieron el lugar a los ídolos más refinados del mundo cristianizado, pero sigue siendo cierto que
ningún siervo puede servir a dos señores
(Lucas 16:13).
¿A quién servimos nosotros? ¿A Dios o a nuestras codicias? ¿Y qué esperamos? ¿Al Hijo de Dios o la ira venidera?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"