Molesto por el espíritu de rebeldía de los reyes de Judá, Nabucodonosor sube por tercera vez contra Jerusalén, la cerca y penetra en ella después de más de un año de sitio. Y esta vez no hay más misericordia para la orgullosa ciudad. Se la quema enteramente, empezando por el templo. Se derriban sus murallas y sus habitantes son llevados en cautiverio. Sedequías sufre las crueles consecuencias de su obstinación. Solo algunos pobres son dejados en el país para que labren la tierra.
Luego, los guardas caldeos se encarnizan contra el templo, que para ellos simboliza el espíritu de resistencia. No satisfechos con haberlo quemado, consiguen quebrar y llevarse las poderosas columnas de bronce, así como el mar, sus basas y el resto de los utensilios. ¿Por qué los versículos 16 y 17 repiten algunos detalles de la ornamentación de las columnas, precisamente en el momento en que van a desaparecer? Sin duda, por una conmovedora razón: ¿no es esta la última mirada que se echa sobre un objeto que se ama y, entonces, uno se detiene para contemplarlo? ¡Sí, cuán hermosas eran esas columnas, imagen de la estabilidad y de la fuerza que Jehová retira en adelante a su pueblo desobediente y rebelde! (1 Reyes 7:21).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"