Después de David, Ezequías fue el más fiel de los reyes. Su hijo Manasés será el más detestable, “multiplicando así el hacer lo malo ante los ojos de Jehová” (v. 6). A todos sus crímenes se agrega la responsabilidad de ser el hijo del piadoso Ezequías, el que otrora había dicho:
El padre hará notoria tu verdad a los hijos
(Isaías 38:19).
Si tuviésemos solo este capítulo respecto a Manasés, con seguridad diríamos que dicho hombre está perdido por la eternidad. Pero el segundo libro de Crónicas (cap. 33:12-13), que nos relata el fin de su historia, nos enseña que la gracia de Dios tuvo la última palabra. ¿Quién habría pensado que semejante hombre pudiera arrepentirse, orar y ser escuchado? En verdad, los pensamientos de Dios no son los nuestros. Nuestra salvación no depende de la manera más o menos honrada en que nos hayamos conducido. Es el resultado de la incomparable gracia del Dios de amor. De todos modos, lo que hicimos antes de nuestra conversión debería parecernos abominable ante Dios. Pablo se llamaba a sí mismo el primero de los pecadores, porque había perseguido a la asamblea (la Iglesia). “Pero por esto fui recibido a misericordia –agrega él–, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia” (1 Timoteo 1:16).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"