El orgullo del rey de Asiria se había hinchado desmedidamente, porque hasta entonces nadie había podido resistirle. En los versículos 23 y 24 vemos que el “yo” es una constante. Pero este orgullo es tanto más espantoso que se mide con Dios mismo. La loca pretensión del hombre de
Ser igual a Dios
(Filipenses 2:6)
se discierne claramente en el mundo actual. Por medio de la ciencia, la técnica y los progresos, cuyos méritos se atribuye, el mundo se encamina rápidamente hacia el momento en que se adorará a sí mismo en un «superhombre», el Anticristo.
El asirio es igualmente un personaje de la profecía: en el tiempo venidero, una formidable potencia asiática invadirá Palestina y sitiará a Jerusalén. Pero solo será destruida cuando aparezca el Señor Jesús, representado aquí por el ángel de Jehová. En una sola noche el campamento asirio es asolado. Luego, a su vez, Senaquerib es asesinado por sus propios hijos en el templo de su dios Nisroc. El que había afirmado que Jehová no podría liberar a Ezequías, es herido en presencia de su ídolo, incapaz de protegerlo.
Así, Dios se ha glorificado liberando a su fiel siervo, y podemos estar seguros de que lo hará siempre.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"