Después de haber salido airoso de dos duras pruebas, el pobre Ezequías va a sucumbir en la tercera. ¡Y justamente porque esta última no parecía ser una prueba! ¿Hay algo más halagüeño que esa embajada del rey de Babilonia? Se presenta con cartas y presentes para Ezequías. ¡Ah, si Ezequías hubiese extendido estas cartas delante de Jehová! En cuanto a los presentes, va a hallarse comprometido a causa de ellos y ser deudor para con esos extranjeros. ¡Cuán peligrosas son para un creyente las amabilidades del mundo! Muy a menudo hallan un complaciente eco en la vanidad de su corazón. Para Ezequías, ¿no hubiera sido la ocasión de hablar a esos hombres acerca de la bondad y del poder de Jehová, quien le había librado dos veces? ¿Y también la oportunidad de darles a conocer la casa de su Dios? Pero, en lugar de esto, les muestra su propia casa, su arsenal, que no le había sido útil contra Senaquerib, y todos sus tesoros, de los cuales no quedará nada, como se lo anuncia ahora Jehová (v. 17). “¿Qué vieron en tu casa?”. ¡Qué pregunta más seria! ¿Qué ven los visitantes en nuestras casas y de qué les hablamos? ¿De los tesoros, todos perecederos, que nos vanagloriamos poseer? ¿O de Aquel a quien todo pertenece?
Ezequías reconoce que merece el juicio. Y allí termina la vida de ese rey fiel.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"