En lo sucesivo y hasta el fin de este libro, solo se hablará de Judá. Dios acaba de recapitular tristemente todos los pecados de su pueblo. Pero ahora se regocija al hablarnos de un rey fiel. Por eso, el reinado de Ezequías ocupará unos once capítulos de la Biblia (2 Reyes 18-20; 2 Crónicas 29-32; Isaías 36-39); como si en el momento de la ruina, y antes de abordar una página más sombría aún, Dios se complaciera en detenerse en la vida de su piadoso siervo. Hasta Ezequías, el relato de los mejores reinados contenía siempre esta reserva: “Con todo eso, los lugares altos no fueron quitados”. Esos lugares altos, donde el pueblo ofrecía sacrificios (primero a Jehová y más tarde a los ídolos), habían sido prohibidos por Dios en Deuteronomio 12. Nos hacen pensar en todas las tradiciones y supersticiones que reemplazaron en la cristiandad las enseñanzas de la Biblia con respecto a la adoración. La veneración, cuyo objeto era la serpiente de bronce, nos recuerda que la cruz misma es para muchos un objeto de idolatría. Ezequías quita, rompe, corta y destroza.
Luego rechaza el yugo del asirio y triunfa sobre los filisteos, según la profecía de Isaías (Isaías 14:28-32).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"