Todas las advertencias de Dios, inclusive su silencio, fueron vanos para despertar la conciencia de su pueblo. Al fin suena la hora en que la última medida disciplinaria debe ser tomada. Se trata de su dispersión en medio de las naciones. Es el castigo extremo encarado desde el comienzo de la historia de Israel (Levítico 26:33; Deuteronomio 28:64), el cual fue retardado durante siglos de paciencia divina. Podemos pensar lo que esa decisión cuesta al corazón de Dios. Hizo salir a este pueblo de Egipto; lo juntó, lo puso aparte y lo introdujo en un buen país. Ahora le es necesario echar por tierra su propio trabajo y volver a colocar a este pobre pueblo bajo el yugo del cual fue sacado (Jeremías 45:4). Pero la gracia tiene un último recurso: la transportación solo es ejecutada parcialmente. Para los que son dejados en el país, todavía hay lugar para el arrepentimiento.
Notémoslo: entre las primeras víctimas figuran los habitantes de Galaad (v. 29). El capítulo 32 de Números contaba la desastrosa elección de las dos tribus y media que se habían establecido antes de cruzar el Jordán a causa de sus bienes materiales. Pues bien, sus descendientes tienen que soportar las trágicas consecuencias.
En Judá reinan sucesivamente el fiel Jotam, luego su hijo Acaz, quien, por el contrario, es uno de los reyes más execrables.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"