Durante el reinado de Acaz en Judá (y de Peka en Israel), Asiria hace su aparición en la historia. Dios va a valerse de esta nación como
Vara de su furor
(Isaías 10:5)
para dispersar a Israel y castigar a Judá. Ante esa temible intervención, sin duda Acaz obra como hábil político, pero sin tener en cuenta para nada el pensamiento de Jehová. Sin embargo, había tenido la revelación más maravillosa, como nos lo enseña Isaías, quien profetizaba bajo ese reinado (Isaías 7:14): “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Dios con nosotros). Hoy en día, ¡cuántos han oído la buena nueva del nacimiento del Salvador, pero no quieren saber nada de ese Dios que vino para estar “con nosotros”.
Acaz se permite cambiar todo en la casa de Jehová. Hace fabricar un altar más ancho: el hombre siempre encuentra demasiado estrecho lo que Dios ha establecido. Después, el impío rey cambia de destino el altar del sacrificio: se niegan el valor de la expiación y la eficacia de la cruz. Quita las basas del mar y de las fuentes: supresión del juicio de sí mismo. Finalmente hace modificar el pórtico y la entrada, “por causa del rey de Asiria” (v. 18): figura de una religión que, para agradar al mundo, le abre sus puertas de par en par.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"