Después de la muerte de Joram y la de su sobrino Ocozías, todavía queda la persona más malvada de la familia real: Jezabel, la reina madre. Acaba de enterarse de la suerte de su hijo (pues trata a Jehú de asesino de su señor; v. 31). Pero, en lugar de acongojarse, en un último arranque de vanidad, la vieja reina se arregla y se pinta los ojos (Jeremías 4:30). Después se asoma a la ventana para insultar al despreciado visitante. Al llamado de Jehú, los mismos siervos de esa miserable mujer la echan abajo, y en un momento, los perros no dejan sino restos ensangrentados y difíciles de reconocer. Es el horrible fin de la que llegará a ser en la Escritura la personificación del poder corruptor de la Iglesia (Apocalipsis 2:20).
Como otrora en el asunto de Nabot, los ancianos y los jefes de Jezreel están muy dispuestos a cometer crímenes para complacer al nuevo soberano. Pero, detrás de este cobarde hecho está la mano de Jehová, y podemos estar seguros de que ninguno de los setenta hijos de Acab merecía que se le perdonara la vida. Porque, según Ezequiel 18:17, el hijo que practica los mandamientos de Jehová “no morirá por la maldad de su padre; de cierto vivirá”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"