Al comienzo del capítulo 8 reaparecen personas conocidas: la mujer de Sunem, a quien Jehová cuidó durante la hambruna; después, Giezi, quien parece haber prosperado pese a su lepra (respecto de la cual ciertamente prefiere guardar silencio). En efecto, lo volvemos a encontrar en la corte del rey, donde Dios se vale de él para que se haga justicia a la sunamita. Luego se nos cuenta la visita de Eliseo a Damasco y su encuentro con Hazael, quien, por medio de un homicidio, va a tomar el trono de Siria en lugar de Ben-adad. Este último, en otros tiempos testigo de la curación de Naamán, muere miserablemente.
Finalmente, en los versículos 16-29, vemos proseguir paralelamente la historia de los reyes de Israel y de Judá. Joram, hijo de Josafat, está lejos de seguir el buen ejemplo de su padre. Y se nos da el motivo de ello:
Una hija de Acab fue su mujer
(v. 18).
Una vez más se ve cuán grande es la influencia de una esposa o de un marido sobre su cónyuge. Joram de Judá es, pues, cuñado de Joram, rey de Israel, a quien conocemos bien. Y, a su vez, su hijo Ocozías llega a ser “yerno de la casa de Acab” (v. 27). Según el mundo, son hermosas alianzas, pero ante los ojos de Jehová son graves infidelidades. Demasiado a menudo vemos sus trágicas consecuencias.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"