La epístola a los Efesios considera al creyente en su posición celestial. El cielo no solo es la futura mansión para el hijo de Dios, pues desde ahora posee allá su morada en Cristo. A un cabeza de familia que trabaja fuera de su domicilio no se le ocurriría confundir este con la fábrica o la oficina. El estar ausente de su casa no le impide tener allí su hogar, en el que se hallan sus afectos, sus intereses, todo lo que posee. Tal es el cielo para el redimido: un hogar donde se encuentran su tesoro y su corazón (Lucas 12:34); porque allí está su Salvador. Cristo está en el cielo y nosotros estamos en Cristo. Este doble hecho nos asegura nuestro derecho a acceder a las altas y preciosas bendiciones que le pertenecen. Todo lo que concierne al Amado, igualmente concierne a los que son hechos aceptos en él (v. 6). Por eso el apóstol desarrolla el conjunto del propósito de Dios en Cristo –fuente de toda bendición– en esa larga frase (v. 3-14), que no admite ninguna supresión, pues todo está unido y ligado en el pensamiento de Dios. De igual modo, lo que Dios hace por nosotros es inseparable de lo que hace por Cristo, y debe contribuir finalmente a la “alabanza de su gloria” (v. 12) y a la “alabanza de la gloria de su gracia” (v. 6).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"