Este capítulo nos enseña cómo obrar para con un hermano que ha caído, sin perder de vista nuestra propia responsabilidad (v. 1) ni olvidar nuestro deber para con los que son agobiados por sus cargas (v. 2), para con “los de la familia de la fe” y para con todos, haciéndoles bien (v. 10). Sembremos con miras a segar “a su tiempo”. Hay un principio muy evidente: el fruto tendrá inevitablemente la misma naturaleza que la semilla. Solo un loco podría esperar recoger trigo allí donde sembró cardos. La carne siempre engendra corrupción, mientras que del Espíritu brota vida eterna (v. 8; cap. 5:22; comp. Oseas 8:7; 10:13). Así, pues, ahora es necesario elegir el modo de sembrar; más tarde todo pesar será vano.
El creyente fue declarado “muerto para la ley” (cap. 2:19) y muerto para la carne (cap. 5:24). Aquí se le considera muerto para el mundo y recíprocamente (v. 14). Desde entonces, el mundo no tiene más derechos sobre mí, así como yo tampoco los tengo para interesarme en él. Entre él y yo se levanta una infranqueable barrera: “la cruz de nuestro Señor Jesucristo”, mi liberación y mi gloria. Por un lado hay “una nueva creación”, y por otro no hay “nada” que Dios pueda reconocer (v. 15). ¡Que podamos estar de acuerdo con él en los principios y en la práctica!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"